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Antes de partir hacia tierras lejanas, un joven pochteca —comerciante mexica— debía pasar por un momento profundamente simbólico: la ceremonia de despedida. Este ritual no solo marcaba el inicio de un viaje físico, sino también el comienzo de un proceso de transformación espiritual. Aquí compartimos una versión al español del discurso dirigido al joven viajero, basada en los textos en náhuatl recopilados por los informantes indígenas de Sahagún y traducidos por el Dr. Garibay.
El día propicio
Todo comenzaba con la espera del signo adecuado del calendario adivinatorio. El elegido era Ce Coatl o 1-Culebra, símbolo de caminos y venas, de trayectorias vitales tanto para la persona como para la comunidad. Llegado ese día, el joven pochteca, preparado para hacerse “viejo en su ida”, se sentaba frente a sus mayores. Entonces, los ancianos comerciantes lo recibían con palabras cargadas de afecto, consejo y sabiduría.


La voz de los ancianos
“Aquí estás, hijito mío, muchacho mío, mi chico, muchachón… Has reunido a tus padres, madres, traficantes, viajeros. Aquí estás contemplándolos, viéndolos de hito en hito…”
Comenzaba así una larga exhortación, en la que los ancianos compartían con el joven no solo la experiencia acumulada en generaciones anteriores, sino también un llamado a la entereza y al honor.
“Estás en pena: vas a dejar tu ciudad, tu casa en Tlatelolco, vas a dejar a Tenochtitlan. Te alejas de tu hogar, de tu sitio de vida, del lugar donde recuestas tu cuello. Pronto verás llanuras y tierras inmensas…”
El joven debía aceptar, con fortaleza, que estaba por separarse de todo lo familiar. El camino era duro, incierto, lleno de pruebas que pondrían a prueba su cuerpo y su espíritu.
Hambre, fatiga y adversidad
Los sabios no ocultaban los peligros del viaje. Más bien, lo preparaban para ellos:
“Tendrás que comer tortillas duras, mohosas, tamales agrios… beberás agua amarga, sucia. Te encontrarás con ríos tumultuosos, aguas tremendas que arrastran árboles. Sentirás angustia con el estómago vacío…”
“Estarás rendido por la fatiga, quemado por el sol, golpeado por el viento. Tu cara será como de tierra, salpicada de polvo…”
El discurso incluía una advertencia clara: podría fracasar. Podría no encontrar compradores, ni colocar sus productos. Tal vez debería dormir en la cima de un cerro o a la entrada de una barranca. Podía morir en el camino, o regresar con vida. Nadie lo sabía.


El valor de la experiencia
Pero más allá del sufrimiento, estaba la dignidad del oficio, la herencia de los antepasados:
“Tus ancestros no consideraron preciosa su cabeza ni su pecho. Con su esfuerzo, lograron el señorío del comercio. Con su camino, ganaron dominio y gobierno…”
“Ahora te toca a ti buscar la forma, el destino. Aunque haya dolor y cansancio, entrega todo tu ser al esfuerzo: no retrocedas, no mires atrás. Con tu esfuerzo, nuestro señor —el Dueño del Universo— te asignará algo…”
Un legado espiritual
Al final del discurso, el joven es bendecido con palabras de fuerza, como si se tratara de una consagración:
“Puede ser que una vez más tus padres, tus madres, tus parientes vean tu rostro. Comerás, beberás con lo que hoy te fortalecemos. Nosotros, tus madres y tus padres, te elevamos y te damos esta exhortación.”
“¿Qué piensas, hijo mío? ¡Vete en paz! Deja a tus tías, a tus tíos. El camino es tu destino.”
Conclusión
Este texto ceremonial revela que, para los mexicas, el comercio no era solo una actividad económica: era un acto sagrado, una forma de peregrinación, una prueba de carácter. El joven pochteca salía del núcleo familiar para recorrer senderos difíciles, igual que un guerrero iba a la batalla. Y al hacerlo, se integraba a una de las instituciones más importantes del sistema social y económico tenochca.
En la cosmovisión mexica, cada camino tenía su carga espiritual. Esta travesía no solo llevaba productos a tierras lejanas: llevaba también la memoria, la cultura y el corazón del pueblo mexica.
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